El monstruo deja de ser una molestia. El mundo vuelve a iluminarse. El cielo se despeja, y los colores vuelven a pintar la escena. Una niña nos ayudará en el camino, volando, inexplicablemente, y exponiendo una libertad envidiable. Sea of Solitude arranca con esta serie de hechos, una trepidante experiencia que servirá de base para lo que vendrá a continuación.
Con una jugabilidad accesible para cualquier jugador, Kay presenta una gama de movimientos limitados, pero los necesarios para avanzar en la historia. En el camino, tendremos que superar a las bestias, saltando entre plataformas o resolviendo puzzles. Si en algún momento nos atrapa un monstruo, se cargará inmediatamente el punto de control más cercano. El apartado jugable parecía cómodo y lo es, hasta el momento en el que tengamos enfrentamientos más directos con ciertos enemigos. Allí, la flexibilidad de Kay comenzará a exponer sus falencias, una jugabilidad poco pulida en situaciones tensas.
El progreso es a través de puzzles, para nada complicados, que servirán para superar las adversidades que nos ponga el entorno. Adversidades representantes de aquellas situaciones que cualquier ser humano pudo haber experimentado alguna vez. Todo, expuesto a través de un mundo construido por metáforas, que serán internalizadas de manera distinta según el jugador y sus vivencias. El agua, la ciudad, los monstruos, y otros elementos, están puestos allí por un motivo en especial. Incluso los coleccionables, como botellas con un mensaje dentro, que, al encontrarlas, podremos leer su contenido, y al hacerlo, nos daremos cuenta en seguida que su significado está atado al contexto argumental. No son coleccionables que en un futuro nos desbloquearán un traje, un modo extra o un arma. Son objetos que cobran sentido en el preciso momento en el que fueron hallados.
Una adquisición a tener en cuenta..
No veo la hora que me llegue mi PC reparada y con aceleradora nuevaaaa!!!